La prueba final


Conocí a Mildred cuando éramos apenas unos jóvenes, nuestros padres llevaban muchos años ya de ser buenos amigos, así que relativamente no nos costó mucho entablar una amistad que se convertirá en algo más años más tarde.

El tiempo pasó y Mildred se transformó en una hermosa mujer y compañera de vida en todas mis aventuras y travesuras que se nos ocurrían juntos.


Nuestros padres envejecieron con el pasar del tiempo, ambos murieron en sus casas rodeados de sus hijos y nietos que para ese entonces ya eran bastantes; pero algo estaba mal, a partir de la muerte de su madre, Mildred comenzó a ser más retraída, su semblante comenzó a marchitar con el paso de los días, ya no irradiaba esa luz de la cual quedé hipnotizado la primera vez que la vi entrar por la puerta.


Algo pasaba con ella y eso me preocupaba en demasía, ya que era la primera vez que la veía de esa forma. En una ocasión fuimos invitados a una fiesta a las afueras del pueblo, como era ya costumbre habría que llegar de etiqueta, ya que nuestros anfitriones eran miembros de la familia Valdez del monte, una de las más respetables familias de aquellos lugares, ordenamos a los criados de la casa que prepararán el carruaje para partir al caer la tarde.


Esa noche pude ver qué Mildred estaba muy entusiasmada y creí que nuestra mala época ya había pasado, llegamos a la reunión por las nueve de la noche, había ya varios de nuestros conocidos en aquel lugar, yo llevaba como de costumbre a mi hermosa dama del brazo y orgulloso de llevar toda una vida casado con la mujer más bella del pueblo.


La reunión se llevó a cabo muy tranquilamente, todo el mundo disfrutaba de la reunión y de la compañía de todos, hasta que al fin nuestros anfitriones salieron a dar la buena nueva.


Sería la presentación en sociedad de la hija más pequeña de aquella familia al filo de la medianoche, cuando la fiesta estaría en su apogeo, los minutos pasaron muy rápido al calor de las copas, él baile y el sonar de los violines,


Al fin la hora marcada había llegado, por el balcón más grande de aquella enorme mansión salía una adolescente casi tan hermosa como Mildred en sus años de juventud.


El padre, don Ernesto Valdez del Monte, presumía a su hija como el tesoro más grande que un padre pudiese adquirir en esta vida, la madre, doña Andrea de Valdez, no pudo evitar soltar unas cuantas lágrimas al ver qué su pequeño retoño finalmente era considerada una dama en las altas esferas de la sociedad.


Todos aplaudimos y ofrecimos un brindis por la pequeña Circe, que saludaba a todos los allí presentes. La música tocó una bella pieza y la fiesta continuó con normalidad, serían las tres de la madrugada cuando la fiesta terminaba con un éxito total, todos nos despedimos y abordamos nuestros carruajes con destino hacia nuestros hogares.


Ya en el camino platicaba con Mildred acerca de que le había parecido la reunión, a lo cual ella asintió con la cabeza y dijo perezosamente que había estado bien, llegamos a casa cerca de las seis de la mañana, agotados y muy desvelados; los criados y el capataz recogieron el carruaje y nosotros nos dirigimos a nuestra alcoba a descansar dando órdenes de que no se nos molestara para nada.


Caía la noche y yo despertaba con una resaca ¡horrible! Mildred ya estaba de pie y en la cocina ayudando como de costumbre a los criados en la cena, la notaba un poco seria, pero ya me había acostumbrado de alguna manera a sus modos de actuar, cenamos con los pequeños y nos dirigimos nuevamente a descansar para reponer energías; ya que al día siguiente sería comienzo de semana y había que levantarse antes de que el sol saliese para comenzar las labores de la hacienda.


Después de la cena despedimos a la servidumbre a sus recámaras, y nos quedamos platicando de sobremesa cerca de media hora más, después de unas tazas de café subimos a nuestra alcoba y caímos rendidos ante el cansancio que aún estaba presente en nuestros cuerpos.


Serían cerca de las dos treinta de la madrugada cuando escuché unos extraños ruidos que venían de la azotea de la casa, pero recordé que vivíamos en un lugar con mucha flora y fauna; así que atribuí los ruidos a algún pobre animal que rondaba por ahí como era de costumbre, cerré los ojos y traté de conciliar el sueño una vez más.


Cuando de pronto esos ruidos extraños volvieron a aparecer, esta vez me quedé quieto en la cama tratando de adivinar qué era lo que estaba en la azotea de la casa sin éxito alguno, la luz de la luna entraba por el delgado velo de la ventana, pero no alcanzaba a iluminar toda la habitación; los ruidos no paraban, similares a rasguños, sinceramente tuve miedo de salir a averiguar de qué se trataba aun así me levanté y miré por la ventana tratando de escuchar mucho mejor.


El viento soplaba muy levemente y los perros ladraban a lo lejos, no pude escuchar más de lo que había pensado, así que tome una vela que estaba en la mesa de servicio, la encendí y camine hacia donde se encontraba Mildred dormida.


Mi sorpresa fue grande al iluminar el lugar de mi mujer, ¡ella no estaba donde yo creía! El pánico se apoderó de mí, tomé mi escopeta y salí corriendo de la habitación en busca de mi mujer, la servidumbre al escucharme salir a toda prisa salió también de sus lugares de descanso.


Agitado y asustado, les dije que Mildred había desaparecido y que había escuchado unos ruidos extraños en la azotea.


El capataz me dijo que regresará a mi recámara, que él y los peones se encargarían de buscar a Mildred, a lo cual yo desde luego me negué y conteste que de ninguna manera dejaría a mi mujer sola.


Fuimos por las armas y salimos en busca de Mildred y de paso saber de dónde venían esos ruidos que había escuchado hace unos minutos, buscamos por toda la hacienda sin éxito alguno, mi preocupación se hacía cada vez más grande; los niños al escuchar el alboroto también salieron a preguntar qué era lo que estaba pasando y preguntaron por su mamá, yo solo respondí que regresarán a la cama y que todo estaba bien, pasaron casi dos horas sin poder encontrarla.


El capataz me recordó que buscáramos en la parte superior de la casa donde había escuchado los ruidos.


Corrimos a la azotea de la casa como desesperados. Al llegar al lugar todos quedamos horrorizados al ver la escena que teníamos en nuestras caras. Mildred estaba en un rincón semidesnuda, con sus uñas había rascado la madera del techo hasta que sus dedos sangraron, hacía sonidos extraños como un animal.


A sus pies tenía un pequeño perro partido por la mitad, el cual estaba devorando como si fuera una bestia salvaje. De su boca escurría saliva, sangre y vísceras acompañada de rugidos y sonidos extraños.


No daba crédito a lo que mis ojos veían, trate de acercarme, pero no me lo permitió, ni a mí ni a nadie.


Mientras seguía gruñendo y consumiendo los restos de aquel desventurado animal que tenía en sus manos.


Cómo pudimos la controlamos y la llevamos a la recámara después de casi una hora de forcejeos.


¡Tenía una fuerza tremenda! Jamás pensé que una mujer tan delicada como ella sería capaz de tal osadía, cerca de las seis de la madrugada logramos que se quedará dormida. Mis hijos preguntaron qué le ocurría a su madre, yo les respondí que mamá estaba un poco enferma, pero que se recuperaría muy pronto.


La verdad es que ni yo sabía que es lo que le había ocurrido durante esa noche. Reuní a toda la servidumbre y les pedí de favor que no contarán nada de lo que habían visto esa noche hasta que yo supiera que es lo que le había pasado a Mildred. Creo que fue ahí donde el fenómeno comenzó a hacerse presente en toda la casa.

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