La Niña-Anciana y el Precio de la Inmortalidad


La noche se cernía sobre el pequeño pueblo, sumiéndolo en la oscuridad de los años 30. Tío Ramón, respetado y querido por la comunidad, abandonó los festejos de la fiesta patronal para acompañar a una mujer enferma. El alcohol y la música festiva quedaron atrás mientras se adentraba en la penumbra de las callejuelas desiertas.

Una niña desconocida apareció en su camino, una presencia que desafiaba la coherencia de sus recuerdos. Tío Ramón, conocedor de cada rincón y cada rostro en aquel pueblo, se desconcertó al encontrarse con una infante ajena. La pequeña, con urgencia en sus ojos, habló de la necesidad de asistir a su abuela en peligro.

A pesar de las dudas, tío Ramón decidió seguir a la misteriosa niña hacia lo desconocido, hacia el oscuro monte que yacía al final de una calle. La oscuridad se apoderaba de todo, y la niña, desprovista de cualquier luz, guio al hombre hacia lo incierto, hacia un vacío profundo.

El anciano sintió la inquietud crecer en su pecho mientras avanzaban sin rumbo aparente. No había luna en el cielo para iluminar el sendero, y la pequeña lo llevaba a través de la maleza en la penumbra. La niña no decía palabra alguna sobre la situación, solo lo arrastraba más y más adentrándolo en la negrura.

La conversación se tornó en un interrogatorio, tío Ramón preguntó por la abuela y la niña respondió con la tragedia: una barda cayó sobre ella, estaba muriendo. Sin embargo, las respuestas de la niña comenzaron a desvanecerse en contradicciones cuando afirmó que la casa estaba cerca. Tío Ramón, conocedor de cada rincón de su tierra, no reconocía el lugar al que lo conducían.

Finalmente, emergieron de la espesura del monte frente a una vivienda en medio de la humedad y la fría vegetación. La niña había cumplido su promesa, pero tío Ramón quedó estupefacto al contemplar la casa y el patio cercado por una barda. Nada de lo que la niña había descrito coincidía con la realidad. La abuela yacía en una casa que parecía surgir de las sombras, construida en un lugar que no debería existir.

La niña desapareció, como una sombra que se disuelve en la oscuridad, dejando a tío Ramón solo frente a la enigmática construcción. La búsqueda de la pequeña resultó infructuosa, y el silencio sepulcral que rodeaba la casa sumió al anciano en un escalofriante desconcierto. Intentó abrir la puerta, pero esta permanecía cerrada, sellada como una puerta hacia lo desconocido.

Tío Ramón, el hombre valiente, se encontraba solo, atrapado en una realidad. El viento soplaba entre los árboles, susurrando secretos que se perdían en la negrura de la noche. La casa, testigo de sombras y silencios, se erguía como un monumento al terror que acechaba en las profundidades de aquel oscuro monte.

La luz de la lámpara se hizo presente en el umbral de la casa, rompiendo la oscuridad que rodeaba a tío Ramón. La puerta rechinó al abrirse, revelando la figura de una anciana que sostenía una lámpara de gasolina y tomaba la mano de la niña. Lo invitaron pasar, ofreciéndole un reconfortante café en aquella morada inesperada.

Tío Ramón, aunque desconcertado, no huyó como muchos lo habrían hecho. Observó con cautela mientras la mujer salía en busca de café, dejándolo solo en la penumbra de aquella extraña casa. Detalles peculiares capturaron su atención, pero ninguno más impactante que la silla en la esquina, donde la niña debía aguardar.

En lugar de la pequeña, una anciana diminuta y deformada ocupaba la silla. Una mirada profunda y maliciosa se clavó en él desde la esquina de la casa. Un escalofrío recorrió su espina dorsal al comprender que había tomado las manos de esa anciana para llegar hasta allí.

El anciano, sintiendo la inquietud crecer, contempló la casa y sus alrededores. La señora regresó, sirviendo el café, mientras la niña, ahora llorando en un rincón, revelaba una vulnerabilidad que no encajaba con su urgencia anterior. Tío Ramón, cuestionando la realidad de la situación, preguntó por la historia de la barda caída.

La respuesta, acompañada de una antigua carta de nacimiento, reveló que la niña tenía casi setenta años. La abuela argumentó la soledad como justificación, pero el miedo ya se había apoderado de tío Ramón. Intentaron retenerlo, pero su deseo de huir fue más fuerte.

Dejó la choza con la lámpara titilando en sus manos, incapaz de correr para no apagarla. Respiró profundamente para tranquilizarse, pero el miedo persistía. En el pueblo, retomó sus labores, pero la experiencia lo persiguió como una sombra.

En uno de sus días de descanso, tío Ramón se aventuró al monte, decidido a encontrar la casa nuevamente. A pesar de las expectativas, la morada reapareció, pero ahora mostraba signos de abandono y decadencia. La puerta de madera había desaparecido, dos moños descoloridos colgaban sobre el dintel y una de las bardas del patio estaba completamente derruida.

La exploración reveló más horrores: ladrillos de adobe ennegrecidos y podridos, una sección de la construcción afectada por el tiempo. Lo más aterrador fue el descubrimiento de una cruz de cal dibujada sobre los ladrillos, como si alguien hubiera marcado un lugar maldito.

Pero la historia no concluyó ahí. En las noches, tío Ramón escuchaba susurros provenientes del monte. Voces entrelazadas con el viento, riendo y llorando en un coro siniestro. La figura de la anciana deformada se materializaba en sus sueños, sus ojos maliciosos penetrando su mente. La paranoia lo consumía, y cada sombra se convertía en una amenaza potencial.

En un último intento de liberarse de la obsesión, tío Ramón regresó a la casa abandonada. La cruz de cal brillaba como una advertencia macabra en las paredes deterioradas. Decidió explorar la morada con una linterna, adentrándose en la oscuridad que yacía dentro.

Cada paso resonaba en el silencio opresivo. En una habitación olvidada, descubrió un antiguo álbum de fotos. Las imágenes mostraban a la niña en su juventud, con la abuela que ahora yacía en el más allá. Pero algo no cuadraba. Las fechas, los lugares, todo estaba fuera de sincronía.

El terror se apoderó de tío Ramón cuando comprendió la verdad en una visión. La anciana, en realidad, era una hechicera que había caído en la oscuridad. Décadas atrás, en un intento por alcanzar la inmortalidad, hizo un pacto con fuerzas sobrenaturales que sellaron su destino en una dimensión entre el tiempo y el espacio. A cambio de una longevidad inhumana, la hechicera se vio atrapada en un bucle temporal, condenada a repetir su desesperada búsqueda de ayuda y arrastrando consigo a su nieta.

Con un susurro inhumano, la presencia de la niña-anciana se materializó frente a él. “Te necesito", murmuró con una voz que resonaba desde el abismo. Acercándose a él poco a poco con su sonrisa malévola. La linterna parpadeó, y tío Ramón quedó sumido en la negrura eterna de aquel lugar maldito.
Su figura se desvaneció, absorbiéndose en la esencia inquietante que impregnaba la casa abandonada.

Desde entonces, los lugareños cuentan historias de luces titilantes en el monte, susurros que desafían la razón y sombras que se deslizan entre los árboles. Tío Ramón se convirtió en una leyenda, una advertencia para aquellos que se aventuran demasiado cerca de la casa abandonada en la oscuridad de la noche. La niña-anciana sigue buscando ayuda, una y otra vez, en un ciclo eterno de desesperación y terror.

La búsqueda constante de ayuda por parte de la niña-anciana no era solo un deseo de liberación, sino un intento desesperado de romper las cadenas que la ataban a la maldición. Sin embargo, cualquier intento de cambiar su destino estaba condenado al fracaso, ya que la maldición persistía, arrastrando a aquellos que se cruzaban en su camino hacia una realidad distorsionada.

El encuentro con Tío Ramón fue simplemente otro episodio en este ciclo eterno. Al ser arrastrado hacia la casa abandonada, se convirtió en parte de la trama oscura que envolvía a la niña-anciana y la hechicera.

La historia de terror se tejía entre lo sobrenatural y lo humano, donde las acciones de una hechicera codiciosa habían desencadenado una espiral de sufrimiento interminable. La casa abandonada se mantenía como un recordatorio tangible de los límites que uno no debería cruzar y de las consecuencias aterradoras que podían surgir al desafiar las leyes del universo.

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