Como caí del cielo



En 1971, cayó un rayo sobre un avión con 92 pasajeros a bordo y desapareció en la selva amazónica. El equipo de rescate no consiguió aterrizar, sobrevolaron en círculos el lugar del accidente y era evidente que no había supervivientes de tal catástrofe. El avión se precipitó desde una altura de 3.200 metros y se hizo pedazos. Los 86 pasajeros y los 6 miembros de la tripulación fueron declarados muertos. Sin embargo, al cabo de 10 días, salió de la selva una niña, la única superviviente de este terrible accidente.

A bordo de este avión viajaban 6 miembros de la tripulación y 86 pasajeros, entre los que se encontraban la ornitóloga María Koepke, de Alemania, y su hija Juliana (Juliane Koepcke), de 17 años, que había celebrado su graduación en el colegio justo un día antes. Ambas volaban a la ciudad de Pucallpa para reunirse con el marido de María, y padre de Juliana, el biólogo Hans-Wilhelm Koepke, que estaba investigando la selva amazónica.

40 minutos después del despegue, la tripulación vio una tormenta eléctrica frente a ellos y decidió seguir adelante. Por desgracia, debido a esta decisión, ocurrió la catástrofe. Un rayo alcanzó el ala del avión y la nave se estrelló contra la jungla. Un fuerte aguacero apagó el fuego que se había originado, y el avión se hizo pedazos mientras aún estaba en el aire, de modo que, al caer, las partes relativamente pequeñas de la aeronave eran completamente invisibles desde el aire bajo la densa copa de los árboles. Posteriormente, los equipos de rescate sobrevolaron frecuentemente la zona, pero no pudieron determinar el lugar exacto del accidente.

Juliana se despertó aún atada a su asiento. El reloj de su brazo marcaba las 9 de la mañana, lo que significaba que llevaba casi un día inconsciente. La chica estaba viva, pero en absoluto ilesa: tenía la clavícula muy dañada, los ojos hinchados, el cuerpo cubierto de numerosos cortes, el peor de ellos en la pierna, y una fuerte conmoción cerebral hacía que siguiera perdiendo el conocimiento y se pusiera muy enferma.

La joven tardó varios días en recuperarse lo suficiente como para poder moverse. Además de un fuerte dolor de cabeza y una conmoción general, la niña también era miope y se le habían roto las gafas. Por miedo a encontrarse con una serpiente venenosa, primero tiró los zapatos delante de ella y solo después daba un paso adelante. Esto ralentizaba mucho su avance, pero le evitaba encontrarse con animales peligrosos.

Al principio la niña intentó encontrar a otros supervivientes. Llamó a su madre, pero nadie le respondió. Cuando la niña encontró varios cadáveres muy dañados, la esperanza de encontrar a su madre con vida desapareció. Juliana buscó comida entre los restos, pero solo encontró caramelos. Con ellos, se dirigió al desfiladero más cercano, por cuyo fondo corría un pequeño arroyo. Según se supo más tarde durante la investigación, otras 14 personas sobrevivieron a aquel desastre, pero todas murieron en los días siguientes antes de que llegara la ayuda.

Los conocimientos recibidos de su padre permitieron a la niña no rendirse y seguir adelante. Sabía que el arroyo acabaría conduciéndola al río y que, de un modo u otro, a lo largo de su curso, tarde o temprano se encontraría con gente. Era mucho más fácil avanzar por el arroyo que por la selva, aunque la probabilidad de toparse con serpientes venenosas también era mayor. Las heridas de Juliana, mientras tanto, supuraban, las larvas empezaban a crecer en ellas. Incapaz de alimentarse correctamente, la niña comía lo poco que le parecía comestible y seguro.

Diez días después del accidente, la desesperación de la niña alcanzó su punto álgido, por el agotamiento que sentía, estaba dispuesta a rendirse y no ir a ninguna parte. Cuando de repente, Juliana vio una lancha cerca de la orilla del río y un bidón de gasolina junto a ella. Incluso antes de darse cuenta de que la barca significaba la presencia de personas cerca, se apresuró a acercarse al bidón de gasolina. Una vez su padre utilizó gasolina curar a su perro, que regresó a casa después de haberse perdido con heridas y parásitos.

Eran las dolorosas heridas y los gusanos que pululaban en ellas lo que más atormentó a la niña todos estos días, impidiéndole dormir por las noches.

Juliana echó gasolina en la herida del hombro y la pierna, lo que hizo que los gusanos salieran arrastrándose. La niña empezó a sacarlos uno a uno y a contarlos. Contó 35 parásitos. Tenía miedo de alejarse del barco, esperaba que pronto llegara gente. Pero no subió al barco, no quería que pensaran que lo había robado.

Afortunadamente, al cabo de unas horas, los lugareños volvieron. El aspecto de la chica era tan terrible que ni siquiera se atrevieron a acercarse a ella. Parecía más una especie de espíritu del bosque que una persona viva. Por suerte, Juliana hablaba español además de su alemán nativo, así que pudo explicarles lo que le había ocurrido. 

Los hombres llevaron a la niña a su pueblo, donde le dieron los primeros auxilios, luego, durante otras 7 horas, la llevaron en barco hasta el asentamiento, donde había un aeropuerto, para trasladar a la víctima a Pucallpa.

12 días después del desastre, Juliana se reunió por fin con su padre y pudo recibir atención médica profesional. La noticia de la única superviviente se extendió rápidamente por todo el país, y los periodistas empezaron a asediar el hospital, abriéndose paso hasta su sala de todas las formas imaginables. 

La chica no estaba muy dispuesta a hablar de su experiencia una y otra vez. Ya había tenido que contar a la policía todo lo sucedido; en concreto, fue gracias a su testimonio que los equipos de rescate consiguieron averiguar el lugar donde se había estrellado el avión. Por desgracia, cuando el equipo de rescate llegó a ese lugar, todos los pasajeros supervivientes ya habían muerto.

Juliana siguió los pasos de sus padres, se graduó como bióloga en Alemania y más tarde regresó a Perú para seguir estudiando los bosques amazónicos. A los 57 años publicó el libro “Cómo caí del cielo”, basado en sus recuerdos de aquella terrible experiencia. “Durante mucho tiempo me atormentaron las pesadillas”, recuerda Juliana en una entrevista en vísperas de la publicación de su biografía. “Durante varios años seguí sufriendo por la pérdida de mi madre y por todas las personas que murieron aquel día. Pensaba, bueno, ¿por qué soy la única que sobrevivió? Estos pensamientos me persiguieron durante años y, probablemente, siempre me perseguirán”.

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