A los muertos no se les debe robar



Mi hija me vino a visitar, me trajo unos angelitos de piedra, me gustaron mucho, ella los coloco en la fachada para que todos los vieran. Esa misma noche unos ladrones vieron mis angelitos y sin importarles nada se los llevaron arrancándolos de mi fachada, yo me puse muy triste porque realmente me gustaban, además mi hija me los había dado.




Días después vino mi hija a visitarme de nuevo y se enojó mucho al no ver los angelitos, pues supo que me los habían robado, yo no quiero que esté triste y enojada, así que esta noche salgo a buscar a esos ladrones.



Después de días de buscar di con esos maleantes, al verme se asustaron y se mostraron arrepentidos y ellos mismos volvieron a poner los angelitos en su sitio.




Mi hija vino hoy y se alegró mucho de ver de nuevo su regalo en mi fachada, ella con una gran sonrisa me dijo:


—Vaya mamita, ni aunque ya no estás con nosotros, no te dejas de nadie.


Yo estaba detrás de ella y con una suave brisa le respondí - hija mía, a los muertos no se les debe robar.

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