Días después vino mi hija a visitarme de nuevo y se enojó mucho al no ver los angelitos, pues supo que me los habían robado, yo no quiero que esté triste y enojada, así que esta noche salgo a buscar a esos ladrones.
Después de días de buscar di con esos maleantes, al verme se asustaron y se mostraron arrepentidos y ellos mismos volvieron a poner los angelitos en su sitio.
Mi hija vino hoy y se alegró mucho de ver de nuevo su regalo en mi fachada, ella con una gran sonrisa me dijo:
—Vaya mamita, ni aunque ya no estás con nosotros, no te dejas de nadie.
Yo estaba detrás de ella y con una suave brisa le respondí - hija mía, a los muertos no se les debe robar.