CUANDO EL DIABLO RONDA


Recién cumplí los dieciséis años, cuando mi abuelo enfermó de una extraña enfermedad, se debilitó y su cuerpo se llenó de unas llagas supurantes , era un espectáculo bastante molesto, no sólo como se veía, sino como olía, se estaba pudriendo en vida decían las personas que nos conocían, mi abuela y mi madre decían que estaba pagando en vida todo lo que había hecho , según cuentas hizo abortar a sus hijas más de una vez, aunque la abuela no lo decía abiertamente, en su juventud la golpeaba hasta casi matarla, como era un hombre ambicioso, se creía también que había practicado la brujería y las artes oscuras para obtener riqueza, cosa que yo en particular no creía, ya que aunque la familia tenía bastante tierra, no éramos pudientes y para poder cultivar toda esa tierra estábamos endeudados con los bancos, todo eso lo sabía por mi propia madre.

 

El punto es que el abuelo se deterioró de una manera tan terrible que gritaba como un niño, pidiendo que por favor lo mataran que no aguantaba el dolor, me es triste decirlo, pero el abuelo se volvió un espectáculo horrendo, quien iba a verlo era más por el morbo de ver una persona en ese estado de postración y dolor, claro que muchos médicos lo revisaron, pero ninguno pudo dar con el mal que lo aquejaba. Yo recuerdo aquella tarde como si fuera hoy, la veo cada día como la vi esa vez, estábamos al lado del abuelo, mi madre, mi abuela, dos primos y el esposo de una de mis tías, desde que el abuelo se postró en cama, siempre había alguien pendiente de él, yo tenía la mirada puesta en el suelo, cuando escuche las pisadas, yo sabía que en casa no había nadie más y todos estaban en esa habitación, así que levante mi mirada y me fije en el personaje que se iba acercando a la cama del abuelo, los demás allí presentes no se percataron de él, solo el abuelo y yo, digo que el abuelo  porque a pesar de su condición vi seguir a ese personaje con la mirada, sus ojos mostraban un terror que antes nunca vi en él, el hombre en cuestión era muy alto y sonreía a medida que caminaba, se podría decir que era apuesto y vestía de una manera muy elegante para ser de esos lugares, su piel muy blanca y su corte de pelo recién hecho, a primera vista sólo pensé un hombre de ciudad, todo esto que narro ocurre en cosa de pocos minutos, por no decir que segundos, el hombre sigue directamente a la cama del abuelo y pone la mano en el pecho del enfermo, el abuelo empieza a gritar y advierte a los demás, ellos no ven a este hombre, el abuelo grita, “aún no es tiempo, no era el trato”, repite esto por tres veces y muere, los demás allí presentes se ponen de pie sin saber qué hacer, cuando el abuelo da su último aliento, aquel hombre desaparece ante mis ojos, se vuelve aire.

 

En la familia y en la región se hablaba de la muerte del abuelo, muchos decían que se lo había llevado el diablo, yo por mi parte no dije lo que vi esa tarde, no era algo que se pudiera decir así no más, en aquel entonces los difuntos se velaban en sus propias casas, fue así que en la misma habitación donde murió el abuelo se adecuó una sala de velación, esa primera noche el lugar estaba colmado de todas las personas, familiares, amigos y conocidos, muchos por afecto, otros por lo que se decía de la manera que murió. Es mi madre la primera en entonar una oración y es también el comienzo de esa noche de horror, cuando ella dice oremos como primera frase, el ataúd se mece de una manera inexplicable, como si se quisiera caer de sus soportes, un rugido infernal se escucha fuera de la casa y empieza a temblar, muchos corrieron despavoridos, otros les pudo más la curiosidad, mi madre con ojos desorbitados se quedó en silencio y con ella todos los allí presentes, todo volvió a la normalidad , pero a cada momento que se le quería rezar al cadáver pasaba lo mismo, optamos por permanecer en silencio hablando entre nosotros, en verdad tenía un pacto con el demonio decían algunos en cuchicheos.

 

las tres de la tarde estaba programada la misa y entierro del abuelo, pero fue  imposible entrarlo a la iglesia, el peso del ataúd era tanto que doce hombres no eran capaz, y cuando el sacerdote empezaba su rezo y le lanzaba agua bendita, el ataúd recobraba vida y el rugido que se escuchaba en el ambiente hacia gritar y llorar a mujeres y niños, no lo pudieron entrar a la iglesia, el sacerdote ordenó que fuera llevado directamente al cementerio, pero al igual que en la iglesia no se pudo entrar con el cuerpo, el peso era insoportable para cualquier cantidad de hombres, llegaron a un acuerdo con el sacerdote, se enterraría en tierras de la familia y se haría una misa desde la iglesia en nombre del difunto por su salvación. El cadáver se enterró detrás de la casa a las afueras, se hizo un gran altar de flores, pero no se le rezo ni una oración, después de la primera novena nos fuimos a dormir, eran casi las ocho, una tormenta y un  vendaval azotó el lugar, un viento huracanado soplaba contra el techo y las paredes, se podía ver como los árboles se bamboleaban de una manera inusual amenazando con ser arrancados de raíz, efectivamente al día siguiente muchos amanecieron arrancados, el sonido del viento traía un rugir que más parecía el sonido de una fiera y con este un gemido de dolor, al menos así creí escucharlo yo, al día siguiente el cuerpo del abuelo no estaba y no es que lo hubiese desenterrado la tormenta y la lluvia, simplemente se habían llevado el cuerpo, se hizo así más popular la creencia que al abuelo se le llevó el diablo el alma y el cuerpo.

 

Se llevaron a cabo las novenas y se podría decir que la vida siguió su normalidad, pero desde esa última noche de la novena, allá en lo alto del monte, se escuchan esos gemidos lastimeros, seguidos de un rugido tan infernal que hace que se enfríen tus huesos, eso no es de todas las noches, solo en las más frías o de mucha lluvia, cuando los pobladores oyen aquello, se encierran en sus casas, dicen simplemente que está rondando el diablo.

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